NUEVA YORK -- Rescatar de una eternidad de olvido a los inmigrantes indocumentados que murieron en el ataque del 11 de septiembre del 2001 al World Trade Center fue la difícil misión que Joel Magallán y la Asociación Tepeyac de Nueva York se impusieron contra todos los obstáculos.
Hoy, 13 años después del atentado, Magallán, un ex hermano jesuita mexicano de mirada intensa que es el director ejecutivo de Tepeyac, un grupo comunitario con una trayectoria impresionante como defensor de los inmigrantes, recuerda que ni una sola lágrima se asomó a sus ojos durante los meses posteriores a la tragedia.
“No tenía tiempo para llorar”, dice. “El tiempo no alcanzaba para otra cosa que para trabajar sin descanso”.
Si algo ha quedado claro, es que de no haber sido por esos esfuerzos probablemente nadie, aparte de familiares y amigos, se habría enterado de que más de un centenar de inmigrantes indocumentados –mensajeros, meseros, cocineros—perdieron la vida en el World Trade Center.
Tepeyac jugó un papel fundamental en decirle al mundo que el terror de aquella mañana fatídica golpeó a todos los neoyorquinos con su brutalidad ciega. Salvar del anonimato la humanidad de esos inmigrantes que, por un azar del destino, perecieron improbablemente junto a banqueros, financistas y profesionales de los que todos sabían sus nombres, tal fue la enorme labor de justicia histórica realizada por este activista mexicano y el grupo que dirige.
Durante muchos meses después del 11 de septiembre la oficina de Tepeyac, en la calle 14 de Manhattan, fue el corazón de los esfuerzos de la comunidad inmigrante para buscar víctimas indocumentadas y encontrar cómo ayudar a sus familias. Docenas de voluntarios contestaban teléfonos y acompañaban a los parientes en sombrías peregrinaciones por los hospitales y morgues de la ciudad.
“Fue un trabajo intenso, pero estoy agradecido por la solidaridad de tanta gente aquellos días”, afirma Magallán.
Pero su trabajo estaba lejos de terminar.
Tres años más tarde comenzaron a llegar a Tepeyac otros obreros indocumentados, mexicanos en su mayoría, que buscaban desesperadamente ayuda. Como muchos otros se habían enfermado trabajando en la limpieza de la llamada Zona Cero.
Nadie les preguntó por su condición migratoria ni les advirtió que su salud corría peligro cuando los contrataron para trabajar en las ruinas de las torres gemelas. Ahora requerían atención médica y se encontraban con que, por no tener papeles, se les hacía prácticamente imposible obtenerla.
“Nunca los entrenaron ni les suministraron el equipo apropiado para trabajar en aquel ambiente tóxico”, explica Magallán. Como consecuencia cientos de ellos enfermaron de cáncer y desarrollaron graves problemas respiratorios.
“Recibimos a unos 200 trabajadores. Terminaron siendo el grupo más perjudicado porque ya para esa época no era fácil encontrar ayuda. Al fin tuvimos que dejar de atenderlos en el 2008 a causa de la recesión. Hicimos todo lo que pudimos,” dice Magallán.
Pero Tepeyac ya había hecho mucho más.
“En los meses después del 11 de septiembre ayudamos a unos 900 latinos que perdieron sus trabajos, el 64% de ellos mexicanos”, recuerda Magallán. “Teníamos el propósito de encontrarles empleo y asistir a sus familias”.
Era una época en que la solidaridad de los neoyorquinos, el horror de sus tres mil muertos todavía fresco, se traducía fácilmente en generosas contribuciones, algunas de las cuales alcanzaron a Tepeyac. Esto hizo posible suministrarles a los desempleados el dinero para comer y pagar el alquiler que necesitaban con urgencia.
“Pusimos la información sobre los desaparecidos y los desempleados en nuestra página Web y mucha gente respondió”, afirma Magallán.
En la actualidad el foco de la lucha de Tepeyac se ha movido hacia rescatar de otra clase de olvido a los más vulnerables, a esos que por carecer de poder político son invisibles en esta sociedad. Por eso educar a los hijos de inmigrantes nacidos en EE.UU. sobre la importancia del voto y convertirlos en gente capaz de luchar por leyes en favor de los inmigrantes es la nueva misión de Tepeyac.
“Queremos enseñarles que ellos tiene el poder de cambiarle la cara al Congreso,” ha dicho Magallán.
Hoy, 13 años después del aquel fatídico 11 de septiembre, cuando el presidente Obama ha faltado una vez más a su palabra y echado por la borda las esperanzas de miles de familias indocumentadas, la lucha de este mexicano de mirada intensa y del grupo que dirige se hace aún más importante.
albor.ruiz@aol.com
Este es un escrito -con ediciones mínimas- republicado del original: http://progresosemanal.us/20140910/inmigrantes-indocumentados-tambien-murieron-el-119/