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29 dic 2009

BLOG | Sabina y las trampas de la felicidad




Por Sandra Velázquez

No es el mismo de siempre, algo se disparó en su interior (¿pastillas para no soñar?) y lo ha noqueado indefinidamente al espontáneo, sarcástico, sadomasoquista, buen conversador y burdelero, Joaquín Sabina. A los que ávidamente acechamos sus nuevos discos, más nos habría valido alargar la espera, pero qué le va una a hacer, si nadie es perfecto.

Lo más valioso de entre toda la mediocridad que felizmente le rodea, es como siempre, la honestidad de su incansable verborrea. El propio andaluz se ha dedicado a pregonar sin empacho alguno por toda España y Latinoamérica las batallas de la inspiración que enfrentó para crear las nuevas canciones que componen Vinagre y Rosas. Praga fue su refugio, pero no la mejor solución.

Recientemente, un crítico de talla grande encendió las luces de alarma al compararlo perniciosamente con un aspirante a trovador, de cuyo nombre ahora no me quiero acordar, pero la debacle no es para tanto; las cosas como son. Lo que pasa es que nos tiene tan bien acostumbrados el Sabina, que un descalabro como Tiramisú de limón para abrir boca soprende a cualquier asiduo. Vaya, no sé qué sorprende más, si la letrilla leve de la  canción o la forma en que fue dada a conocer a los medios, con un tratamiento muy a lo pop star, "el primer sencillo del nuevo disco de Joaquín Sabina". Disponible ahora hasta en formato pirata, con los de las mantas, les faltó anunciar.

Pero con su orgullo de buen torero, el andaluz ha salido al ruedo a hacerle frente a lo que venga. Ya la crítica local fue severa con su presentación previa a la Navidad en Madrid. De soporífero no pasó y con justa razón. Son esas contradicciones de la vida que serán por siempre y para siempre un misterio sin resolver. Convertido en un señor casi conservador, sin vicios y hombre de familia, es cuando el bien amado Sabina, rozando ya los 60, sufre para comunicar ideas ardientes en torno al amor, las apuestas, la amistad -tema recurrente en sus letras hasta hace poco- viajes intercontinentales, el mundo del hampa, la televisión nacional y una que otra noche tóxica. Nada que no pueda arreglarse con repasar su discografía para disfrutarlo con el mismo gozo inexplicable de siempre. Al fin y al cabo, un 19 Días y quinientas noches no se volverá a repetir. Parafraseando a Gabriel García Márquez y con cierto temor a ser cruel, Sabina muestra "signos de decrepitud" creativa y todavía peor, su campaña mediática es una avalancha sin fin en ese inusitado achique de estatura. Tampoco es para morirse, insisto. El propio Gabo hizo una travesura semejante al firmar algo así como Memorias de mis putas tristes. 



Sabina es especial -un chingón- y para los familiarizados, ni falta que hace recordarlo. Simplemente, no da una con su nuevo disco y encima de todo, intenta malbaratarse con comunicadillos de prensa como: "A los quince los cuerdos de atar me cortaron las alas, a los veinte escapé por las malas del pie del altar, a los treinta fui de armas tomar sin chaleco antibalas, Londres fue Montparnassse sin gabachos, Atocha con mar”. Es el comienzo de Viudita de Clicquot, el nuevo single de Vinagre y rosas, una canción de corte autobiográfico, un baladón rockero con aroma blues que es puro Sabina.

En un ejercicio de picardía, me gustaría retar al publirelacionista a envolver para las masas la siguiente estrofa de El caso de la rubia platino (19 Días y 500...): "Ninguna zorra vale ese dinero, pensé mientras dejaba mi sombrero nuevo en el guardarropa, cantaba regular pero movía, el culo con un swing que derretía el hielo de las copas, cuando salió por fin del reservado, sentí que las campanas del pasado repicaban a duelo".

"Las canciones surgen en los incendios y terremotos del corazón", aclara el hijo adoptivo de México y Argentina, casi en defensa propia, en una escueta entrevista, aceptando que la tranquilidad que lo arrasa, lo ha suspendido momentáneamente de las buenas costumbres de buen narrador que siempre lo han caracterizado. Lo cierto es que,  más allá de lo que desee comunicar en "Vinagre y Rosas" da la impresión que, como él mismo dijo hace algunos años, en esta placa, -nuevamente- a algunas canciones se les nota las costuras; es como si se hubiese querido poner a musicalizar algunos sonetillos de tercera, porque de ahí no pasan y El Flaco termina repitiéndose peligrosamente.

Hace un tiempo, el gran Sabina no se tocó el corazón para calificar a su bien amado, Pablo Milanés de mediocre, recuerdo que, como no queriendo la cosa, entre halagos y panegíricos le dejó ir la puya al negrito querido. Ahora, se ha visto que no se quiso quedar atrás... Con la vara que mides, serás medido.

Sandra Velázquez es periodista, traductora y editora. Desde el 2002 escribe sobre deportes, música popular, entretenimiento y temas de actualidad. Escríbele a: svelazquez@hoydallas.com.