El encanto de visitar Puerto Rico por primera vez es inigualable y casi inenarrable, pero de alguna forma se tiene que explicar en un blog de viaje, ¿no creen? Aunque legalmente esta isla caribeña es un territorio de Estados Unidos, su esencia y candor latinoamericano es innegable; basta con llegar al aeropuerto de San Juan para sentir la calidez humana de Borinquen.
A poco más de una semana para que finalizara agosto, Puerto Rico nos recibió con dos días de precipitaciones: en lo personal la lluvia consigue relajarme, y esos aguaceros, que eran el remanente de una depresión tropical que atravesaba la Isla, cumplieron cabalmente. Al parecer nos tocó lo más ligero del temporal y aprovechando el intervalo pudimos acomodarnos a gusto y reconocer el área tan accesible al
Viejo San Juan, (mi objetivo principal) que convenientemente nos quedaba a una distancia de menos de 20 minutos vía taxi o abordando el sistema de transporte colectivo: por si acaso, la parada estaba a media cuadra del Best Western (Condado Palm Inn and Suites) donde nos hospedamos.
Condado es una zona de hoteles y casinos con acceso a unas playas, que a pesar de no ser las más bellas del área de San Juan son un regalo para los sentidos, especialmente durante los amaneceres y por la noche, cuando no hay tanto bullicio y se puede disfrutar del relajador golpeteo de las olas -que nunca es suave, aunque también por eso hay que tener algo de cuidado.
Un detalle inesperado fue encontrar el restaurante Di Zucchero (De Azúcar) a la vuelta del Best Western en la Ashford, casi esquina con Condado. Hace muchos años que el italiano Adelmo Fornaciari (mejor conocido como Zucchero) está en mi lista de músicos favoritos, y la asociación fue inmediata; la foto para el Facebook, inevitable. Mis amigos entendieron.
En ese par de días lluviosos, antes de que el Sol nos hiciera vivir en exteriores la mayor parte del tiempo, la ubicación del hotel fue una de las mejores cosas que nos pudo pasar. Cuando el "chipi chipi" disminuía durante la tarde, salíamos caminar alrededor de los bares y restaurantes cercanos. A una cuadra, hacia la izquierda del lobby nos encontramos con un argentino llamado Buenos Ayres (sic). Ahí el choripán tan genuino que nos prepararon fue objeto de reverencia, y para evitar un resfriado, por las dudas, una sopa de cebolla fue el mejor hallazgo para un paladar neutral.
El ambiente del bar del Best Western también nos hizo sentir de la mejor manera posible. No me canso de resaltar la "buena onda" -como decimos algunos latinos, del personal del hotel. Un joven nos hizo cómplices de su creatividad al darnos a probar una de las bebidas que trataba de perfeccionar para un concurso local en el que competiría. Tenía gengibre, licor y algunas cositas más que no podemos contar, pues la receta hasta ese momento era secreta.
La lluvia se fue sin avisar, y la única excusa para permanecer en el hotel poco después de que amanecía eran los generosos desayunos en el lobby, (así como gran la gentileza de los camareros). Después, el encanto se prolongaba al seguir explorando los alrededores de la Isla y sus hermosas vistas.
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