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domingo, 28 de octubre de 2012

"Yo, la peor": una novela que retrata a Sor Juana Inés de la Cruz desde una perspectiva distinta

Mónica Lavín publicó en 2009 la novela "Yo, la peor"
Sandra Velázquez/HoyDallas.com

La vida de sor Juana Inés de la Cruz es, probablemente, uno de los enigmas que más interés despierta entre los intelectuales mexicanos que son amantes de la literatura. Y aunque la vida y obra de la poetisa y gloria de las letras hispanoamericanas ha sido objeto de múltiples ensayos e investigaciones concienzudas, nunca esa fijación se ha traducido en una veneración popular sobre su figura, ni mucho menos en torno a sus escritos.

En “Yo, la peor”,  una novela de Mónica Lavín, -publicada en 2009- sor Juana Inés de la Cruz es imaginada en un plano más humano y más ligero: a través de las vivencias de una serie de mujeres (hermanas, tías, amigas, sirvientas y colegas) que la rodearon desde su infancia hasta la edad madura en que una epidemia la sorprendió en el convento de San Jerónimo.

“Opté por los ojos de las otras, la experiencia de las mujeres reales y mujeres probables que atestiguaron, acompañaron o estorbaron su vida”, explica Lavín en un apartado al final de la novela.

“Yo, la peor” es como una serie de apuntes anecdóticos que sutilmente sugieren el molde que paulatinamente fue tomando la personalidad de la pequeña Juana Inés: la hija de una criolla y un español -que abandona a su familia mexicana para volver a España; de su convivencia con la servidumbre de la hacienda en la que compartió junto a esclavos e indios.

Uno de los grandes aciertos de la novela es la sólida recreación de una época en la que estaban muy frescas las huellas de la Conquista. De hecho, la historia de quien fue maestra de sor Juana en su infancia -Refugio Salazar- se desarrolla a través de una serie de desencuentros entre una sociedad claramente dividida en castas. Lavín revive también las ligerezas que ocurrían en la corte virreinal, un ambiente en el que apenas se asoma el carácter reservado pero firme de Juana Inés antes de decidir tomar los hábitos, consciente de que ésa es la mejor manera de consagrarse al estudio, aunque de manera informal, ya que como mujer no se le permitiría acudir a la universidad.

“Yo, la peor”, es un aporte directo y coloquial a la discusión que todavía sigue viva en torno a la existencia de la también llamada Décima Musa, de su enfrentamiento con los poderosos de su época, que eran casi todos hombres, y también de su tesón por el conocimiento. La narración ofrece en detalles la vida que sor Juana pudo haber, en verdad, disfrutado a pesar de las barreras que enfrentó para lograr ser independiente, incluso en medio de su enclaustramiento. Su correspondencia con estudiosos, clérigos y las virreinas demuestran que fue una figura influyente y de peso en su corta vida.

La prosa es sumamente digerible, un regalo para el lector promedio; el que tal vez no sea asiduo a la literatura barroca, ni mucho menos a la poesía, y que no esté tan empecinado en descifrar los asuntos, tanto escolásticos como íntimos que han ocupado por años a estudiosos de la existencia de esta monja jerónima que apenas rebasó los 40 años: una existencia de múltiples matices que produjo y sigue produciendo una fascinación sin precedentes en torno a una escritora, quizá más por todo lo que dejó a la imaginación la religiosa que por lo que se sabe de ella.

“El aproximarme a sor Juana e intentar darle vida, me pareció un atrevimiento. Aún me lo parece, por su estatura literaria, por ser un enigma y por los hallazgos continuos que van dando explicaciones, nuevos matices y renovadas dudas a un genio extraordinario en un momento de la Nueva España también singular”, concede Lavín.

La historia que confeccionó Lavín tiene personalidad propia y acierta a dignificar la figura de Sor Juana, a pesar de las reservas que tuvo al retratarla más a través de terceros que en primera persona, sin ahondar, aunque fuera también a manera de ficción, en la intimidad de la monja. La obra vale, porque ese empleo a fondo en detalles aledaños a los lugares de su infancia, los volcanes, el frío de los amaneceres en Amecameca y la adolescencia vivida entre la casa de su tía y la corte, tienen la virtud de desvelar o redescubrir, incluso en ese tono coloquial utilizado casi a propósito, secretos, prejuicios y costumbres poco difundidos que antecedieron a la sociedad del México independiente que ahora vivimos.