Kenny y los Eléctricos me liberó de la sensación de tristeza que me dejó la noticia del atentado contra el futbolista Salvador Cabañas. En realidad, el relax inició con unas canciones de Joaquín Sabina pertenecientes al Yo, mi, me, contigo, en especial esa de "Postal de La Habana", que en un segundo consigue hacerme viajar al añorado Caribe, aunque definitivamente el sentimiento tan particular de la Avilés, su alma rockera, tan natural, fue quien logró sacudirme la pesadumbre de ver en la mayoría de las portadas electrónicas de los medios periodísticos mexicanos, la inesperada violencia en contra del mencionado deportista.
Y es que estas últimas semanas han sido duras, tanto para el público como para los obervadores, narradores, comentaristas y líderes de opinión, o periodistas, como sea que nos querramos definir. Como un inesperado temporal es que hemos recibido toneladas de tristeza a través de la Internet y la televisión desde que aconteció la tragedia de Haití. Sé que toda esa cobertura sobre la devastación en el pequeño país caribeño es necesaria, porque con esas imágenes desoladoras se busca apelar a la buena voluntad de la comunidad internacional para que se multiplique la ayuda a los haitianos. Totalmente de acuerdo, simplemente, y creo que la discusión será eterna, la clave es saber hasta qué punto es suficiente el despliegue de "ejércitos de reporteros y corresponsales" en el lugar de los hechos. Eso sin contar los cientos de famosos que al momento de aportar dinero se aseguran primero, de documentarlo hasta en su cuentas de alertas canarias.
Es posible que estos apuntes vuelvan a la misma senda de mi semi-idealismo recurrente, con críticas un tanto sosas e inocentonas, pero al menos ejerceré mi derecho a expresarme en momentos que la inspiración está de mi parte. Vienen a mi mente los recuerdos de la tragedia de Katrina, en el 2005. En esa época me tocó cubrir de principio a fin el desastre natural -también ensañado sobre una comunidad mayormente negra- y no podría negar que ése fue, en lo personal, un evento realmente sobrecogedor, tal vez por la juventud o la debilidad de corazón, por haber visitado New Orleans un par de años antes y de buenas a primeras saber que se inundaba por causas incluso superiores a la furia de la naturaleza, una ciudad que siempre evocaré con cariño por el buen ánimo de sus habitantes. Por una u otra razón, fue una experiencia de mucho dolor, porque sería hipócrita decir que no duele reportar historias de dolor. A pesar de que nunca viajé a New Orleans para recoger reportajes de primera mano, pasaba ocho horas traduciendo boletines con actualizaciones respecto a la tragedia y grabando cápsulas de audio para la agencia de noticias que trabajaba.
Ese año, el área de Dallas y Fort Worth se atiborró de refugiados de Louisiana y los albergues no se daban abasto días después, tras la amenaza del huracán Rita, que provocó un éxodo masivo de habitantes de Houston y sus alrededores, temerosos de correr con la misma suerte que los nuevoorleanenses con Katrina. El panorama era caótico pero nada comparado con las imágenes de desamparo que seguían reproduciéndose en Louisiana.
A diferencia de Katrina, la tragedia haitiana me encontró laborando en el periodismo deportivo, por lo que me ha tocado más bien ser una observadora de toda la cobertura y los esfuerzos por llevar ayuda y asistencia humanitaria a los necesitados en turno. Lo triste es saber que la comunidad internacional esperó a que un cataclismo en forma de terremoto azotara a Haití para volver la mirada a su pueblo, una comunidad que se ha quedado rezagada ante el progreso y la prosperidad global. Me temo que no me podré reservar el aterrador presentimiento de que, tendrá el mundo que esperar otra sacudida de la naturaleza para tentarse el corazón y tenderle una mano a las naciones africanas que enfrentan crisis humanitarias como la de Darfur, en Sudán...
Es por ello que me gusta ser amante de la música, casi adicta a ella, porque es un alivio temporal y una panacea natural a las dudas existenciales que a veces permito que invadan mi espíritu, a pesar de que lo tengo prohibido como profesional. Pero para eso están mis archivos auditivos, que son un escape sonoro, saludable, ilustrador y regenerativo del buen ánimo, disparadores a veces, de ataques espontáneos de optimismo y socarronería (cuidado: que otro más centrado encontraría síntomas de bipolaridad, en todo este texto). En este momento, por ejemplo, desearía ver multiplicada hasta el cansancio, en la tele, una noticia tan extraordinaria como la maniobra del piloto del US Air Ways sobre el río Hudson, en la Ciudad de Nueva York, de hace casi un año. Vaya, que también fuera divertido saborear y exprimir las historias de triunfo y perseverancia humana a nivel masivo... que nos prestáramos más para soñar con un mundo mejor.
Es por ello que me gusta ser amante de la música, casi adicta a ella, porque es un alivio temporal y una panacea natural a las dudas existenciales que a veces permito que invadan mi espíritu, a pesar de que lo tengo prohibido como profesional. Pero para eso están mis archivos auditivos, que son un escape sonoro, saludable, ilustrador y regenerativo del buen ánimo, disparadores a veces, de ataques espontáneos de optimismo y socarronería (cuidado: que otro más centrado encontraría síntomas de bipolaridad, en todo este texto). En este momento, por ejemplo, desearía ver multiplicada hasta el cansancio, en la tele, una noticia tan extraordinaria como la maniobra del piloto del US Air Ways sobre el río Hudson, en la Ciudad de Nueva York, de hace casi un año. Vaya, que también fuera divertido saborear y exprimir las historias de triunfo y perseverancia humana a nivel masivo... que nos prestáramos más para soñar con un mundo mejor.
Sandra Velázquez es periodista, editora y traductora. Desde 2002 escribe sobre música, deportes y temas de actualidad. Escríbele a: svelazquez@hoydallas.com