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sábado, 22 de octubre de 2011

Y sin embargo, Sabina. Desembarque en NY

Sandra Velázquez/HoyDallas.com

Noche de otoño sin frío. Un paso doble. Convención panamericana de acentos y dialectos. Euforia. Pantaloncitos brincacharcos. Alaridos. Manos en los oídos. Lágrimas. Empujoncitos. Pisotones. Cuarentones  y cincuentones saltarines. Treintañeros delirantes. Banderas latinoamericanas. Estupor. Camisas estampadas para el recuerdo. Pelucas rubias. Fotos borrosas para el Face. Ingeniero de sonido distraído. Acreditaciones sin usar para Calle 13 en el Best Buy esa misma noche. Nueva York, Nueva York, Nueva York.

 Su debut fue un éxito, pero Joaquín Sabina no consiguió deslumbrar (me). Tampoco la banda que lo acompañaba. Y sin embargo, todos los que aparecieron junto a él en el escenario, tan alegres y tan dispuestos, me hicieron sentir una felicidad inmensa -y austera a la vez, musicalmente hablando, durante las casi dos horas que duró su presentación en Manhattan, el domingo 16 de octubre del 2011, fecha memorable tanto para él como para sus seguidores en la Unión Americana, en lo que fue el arranque de su primera gira por los Estados Unidos.

Me llenó de alegría el verlo tan conmovido, tan emocionado de estar en Nueva York por primera vez, coincidiendo con los indignados de Wall Street, a quienes en más de una vez mencionó. Arrasado casi, por el glorioso inicio de su conquista norteamericana, ahí en el Hammerstein Ballroom del Manhattan Center, apenas a unas cuadras de la milagrosa calle 34, por Penn Station (y claro, el Madison Square Garden). Algo, "por lo que tuve que esperar 62 años", admitió con su ronquera permanente, embargado por una emoción que amenazaba con humedecerle los ojos, un sueño que el español deseaba "no terminara".

Ese domingo por la noche, Sabina una vez más fue juez y parte, su felicidad era la felicidad de su público y viceversa. Caminando, saltando a veces frente a varios miles que no dejaron de mimarlo, de ayudarle a cantar, incluida yo, que además, no pude contener gruesas lágrimas mientras sonaba "Que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena..." (Noches de boda). Por una noche fue el más querido de la diáspora latina de Nueva York. En más de una ocasión tuvo que pausar para aceptar los cánticos de: Olé, olé, olé, olé, Joaquín, Joaquín. "¿Qué dirían en mi pueblo", alcanzaba a reaccionar, con su alegría andaluza.

Sabina es un poeta urbano, un juglar internacional, multicultural. Puede que a veces logre ser pulcrísimo con el lenguaje, ingenioso como el que más y gran maestro de antropología y geografía. Lo de su voz sale sobrando, ya se sabe que no es cantante y eso está muy claro. Es un letrista como pocos, un cronista muy enterado, pero que en lo personal no consiguió impactarme más de lo que me ha exaltado con su letra y música a través de sus grabaciones de estudio.

No me impresionó pero lo mejor de todo es que sí me emocioné al verlo, tan entero. Fue como esperar a ese viejo amigo que llega para contarle a uno las historias de siempre pero con algún tonillo distinto.

Siempre imaginé que la primera vez, lo vería sobre un escenario flanqueado por su otrora ninfa Olga Román. No pude evitar echarla de menos. Mis respetos para Pancho Varona y Antonio García de Diego, y para la corista nueva, Marita Barros que por cierto, le tocó desarrollar “Yo quiero ser una chica Almodóvar”, en una especie de receso de Sabina, y no lo hizo mal, aunque donde estuvo contundente fue en la introducción de “Y sin embargo”.

Otra sorpresa fue escuchar a Varona al frente en “Conductores suicidas”. Después, con Sabina reintegrado, “Medias negras”, “Canción para la Magdalena”, coreada al unísono por todos los presentes… En otra "versión libre" de sus músicos, el guitarrista, de cuyo nombre ahora no me puedo acordar, hizo de las suyas con "El caso de la rubia platino".

Los músicos en sí, no es que hayan tocado mal en conjunto, pero estuvieron muy lejos de lograr un  ensamblaje de lujo, muy lejos, eso sí. Fueron prácticos. El repertorio, digamos que fue ecléctico, omitieron "¿Quién me ha robado el mes de abril?" y a cambio ofrecieron "Tiramisú de limón", de su disco más reciente. Los clásicos como “El boulevard de los sueños rotos” , “19 días y 500 noches”, "Y nos dieron las diez", esos sí cobraron vida.

Con su tersa voz, García de Diego le puso el toque más romántico a la velada al interpretar "Tan joven y tan viejo" (Like a Rolling Stone). Luego, el final fue coronado por unos rocanrolitos que pusieron a Sabina y Cía. aún más contentos: "Princesa", "La del pirata cojo" y "Pastillas para no soñar".

Fue un espectáculo íntimo, con muy pocos recursos técnicos, (tal vez el lugar no lo permitía) -hasta cierto punto, una insolencia de la producción para un debut tan esperado.

Pero lo que en realidad me pareció de cinco estrellas, sin dudarlo, fue la mismísima persona de Joaquín Ramón Martínez Sabina. Su simpatía. Su alegría de vivir. Sus ganas de compartir. Sus ganas de…